lunes, 13 de febrero de 2012

Desde el Llaüt de Efrain Espinoza en la temporalidad de su voz

Desde el Llaüt de Efrain Espinoza en la temporalidad de su voz
Por ANTONIO VIDAS
Palma de Mallorca 2011
De turquesa viste su temporalidad, nos dice el poeta "ultramarino" Efraín Espinoza (1963), el riobambeño que un día tomó las brújulas de su destino y puso andar montaña arriba del mar, su llaüt de versos.
Desde mi Llaüt (2011), libro publicado por Zero’s Publisher, que se suma a la colección en homenaje al nacimiento del oriolano y universal Miguel Hernández, es a su vez, un punto de espuma en la estela bibliográfica de este poeta andino, de quien se dice, integró a principios de los noventa del siglo pasado en Quito, la Red Cultural Imaginar junto con Makarios Oviedo, Fabian Vallejos, Bolívar Flores, Pedro Herrera, Elsy Santillán y otros. De ese tiempo chulla de su juventud tenemos: Sonora complicidad nocturna (1994), De Uvas y Evas (1995).
Pero fue a su salida del país, punto de partida en 1996, que emigró a Londres, donde estudió inglés, diseño gráfico y fotografía, además de dirigir diversas encomiendas públicas latinoamericanas donde fue redactor en la revista Diáspora y Crónica Latina. De ese tiempo londinense es su Goznes itinerantes (2000), Incrustaciones (2001).
Posiblemente estamos asistiendo ante una de las primeras soledades fósiles que emigraron. Porque fue a partir de 2001 que, el poeta, viento en popa, dejó las neblinas inglesas para trasladarse, no a un mar pacífico, sino "a uno más mediterráneo". Hablamos de la isla de Ibiza, (España), donde ancla para quedarse y trabajó en periodismo para el diario El Mundo y de corresponsal para Baleares sin Fronteras, tanto para Ibiza y Formentera, y donde su mano hace eco de las actividades culturales ecuatorianas dentro de Europa. De ese tiempo es su No pude salir de este poema,(2006).
Poeta y editor que ha asistido a conferencias y seminarios internacionales, una última que tuvimos la suerte de verlo en Formentor (Mallorca), y también por Sevilla, nos demuestra la labor incansable de este autor que se ha levantado sin ayuda de nadie, de las cenizas como el Fénix. Pero ahora nuestro asunto es hablar silenciosamente de la intemporalidad de su voz. Entonces dijo:
"no existe el firmamento
solo un apacible mar
el mar que soy yo mismo
el mar en el que me he convertido".
Pero entonces el mar de su cuerpo se hace intemporal, el mar de su piel
no tiene límites y busca orillas donde identificarse o integrarse. Dice exultante:
"Estoy en la isla de los Bienaventurados". Hermosa metáfora de "aquellos cráteres que nadan a veces en una ola sin sentido", refiriéndose tal vez a su equinoccial. Porque...
"al mudarme de montaña a isla
pude abandonarme en su inercia".
Una inercia que "vestido de cueva", le hizo descubrir el mundo de sueños mágicos y lo seres que habitan la isla de Ibiza, su "Diosa", que paganamente la posee a través de pinares, en una orgia ceremoniosa y ambigua, adentrándose con certeza como el dios-hombre que, en su cotidianidad azul, tornará en una metamorfosis su vida y sus pensamientos actuales. Ahora es el bardo del puerto, aquel runa amauta que sufriera un dolor colonial, inflándose de orgullo el poncho como Andrés Toapatauchi, el runa de Imbaquí y los sueños de Gustavo A. Jácome. Hasta aquí su primer canto.

En su segundo canto, jubiloso él, "cada vez que el sol enfermaba de ocaso", nos anuncia sus procesos de conquista a través de sus deseos poéticos. Dice:
"A veces pienso que todo transcurre afuera
mientras por dentro siento que la lava reclama su cráter".
Otra vez presente el pasado. Y es entonces que...
"las ninfas dejan sus coros y se vuelven lejanas imposibles. "He aquí la derrota temporal.
"Interpreté mi partitura", nos dice en su tercer canto, afianzándose a su Llaüt, explora las márgenes, las concavidades del mar con una suerte de sal melancólica, porque.."en pocos años
he mudado también mi apariencia a una más marina,
así estoy
navegando y atracando
en cualquier pecho, en cualquier ninfa
he comenzado a entender
que habito en una isla encantada
que soy un corsario
que soy yo mismo mi propia divinidad
que soy mi propio pasado y mi futuro
o lo que es lo mismo
mi propia inexistencia
porque el pasado lo ha sido siempre".
Una vez más continúa la historia en su cuarto canto, aquel poeta de "unas botas de goma protegían la fatiga de unos pies", transeúnte, consigue flotar en sus cumbres deseando integrarse en "la inscripción sin rostro de sus pechos".
Un asunto irremediable quiere trastocarse en su quinto canto la noche que se abandonó entre dos potencias poéticas como Lorca y Hernández, distantes en estilo, pero hermanados por una misma identidad con la angustia del pueblo, se torna reflexivo a través de sus versos y en ellos condiciona su mundo náufrago en los brazos de la isla. Porque "Aquí desde la orilla nadie sabe el lenguaje".
Ya en su sexto canto, la poesía toma tintes de realidad de un pasado juvenil a través de las calles, en un día común de la isla, concurriendo extraño en que "solía dejar la cabeza por encima de otras". Bella y colérica filosofía eso de "¡Aquí estamos todos los que queríamos otro mundo!". Seguro hay una trama con una grafitera hippie que le cuenta el pasado mientras las invenciones y los proyectos de interés engullen el paraíso.
En su séptimo canto, intenta descifrar la sicología de la gente en torno a la personalidad íntima y azul de la isla, la copa y la tertulia va acentuándose en un "barrio imaginario", diríamos que Efraín es un poeta observador que estudia con perspicacia todo detalle o causa de emoción que aflora en el paisaje, si lo es, dentro de una taberna, en un bar de sueños donde:
"una vida objetiva y por objetiva: redonda,
como son redondas las conversaciones rescatadas de entre
el ruido de una cafetería".
En el canto octavo, nostalgia y despedida por alguien que se torna en espíritu de estación solar. Dice:
"Nadie estuvo
cuando ella encontró sus velas de alta mar".
Lo mismo sucede en canto noveno; pero él que es dios-hombre, ahogado en su placer marino, recurre a otros paisajes y no a la ideologías, extrañando a aquél que "regresó a su mundo con sus costumbres. ¿Podríamos hablar de un deseo patrio a sus orígenes?.
No. En su canto décimo nos devela que
"Hizo auto stop
no había perdido la brújula de su destino."
Hasta que...
"Llovía y llovía
hasta que al amanecer
el sol huía sin protección".
En su anclaje transitorio, prefiere la primavera como dilucidación, pero le tientan los estados otoñales como conclusión de vida. Lo atestigua su onceavo canto, cuando..
"No le quedó más que mirar desde su ventana
porque el mar lo había dejado inmóvil."
Período de inminente embarcación en su doceavo canto, era "la palaciega soberbia de la vida".
Las velas rugen y la calma turquesa se ve amenazada y llama a la desintegración de su temporalidad porque "nos descubre hablando eternos silencios."
Su treceavo canto admite ese estancamiento interior, encajonado en su propio puerto, la jovialidad de sus deseos imaginan la "llegada del otoño para dejar a sus ramas vestirse de palabras" y, siguiendo su catorceavo canto en que la metáfora amorosa después de un acto de amor y en que "mientras sus ojos colgaban de un cielo de estrellas", acosado por la duda que es portadora del horizonte, desatará la conclusión en que "ninguna brújula se detendrá por mí".
Asombra el destellante desencanto del amor con "una nostalgia clavada en el entrecejo" y en que por "las noches dejaba que el erotismo fallezca en su más puro esplendor". Contraposición de una muerte vigorosa. El mar de su cuerpo ya no batalla con sus orillas ni se aisla, se hace isla...
El redundante juego visual de sus últimos cantos, dirigido a su madre, todas las cosas envolventes de ternura, de lo justo y perecedero cuando confiesa que
" lo único que existe es su mirada
que lo primero que miré fue su mirada".
Porque...
"Le dio por escribir
por inventar o inventarse
desde el reflejo turquesa donde lucía sus barbas
hasta que el verso sin rima
que le pudo levantar de entre las olas
como un velero de madera
apenas sosteniéndose a flote en forma de nave
para ser el mismo
el aguacero de la tempestad
y la oscuridad de la noche".
Los cantos narrativos en que navega su Llaüt, sostienen una voz de unicornio, a veces apesadumbrada y optimista, una variedad altruista y desolada, unísona que intenta decirnos en un movimiento de olas la temporalidad de un lugar, adueñándose del ritmo climatológico y de los sueños y las historias cotidianas y fantásticas en que convergen. La forma desfigurada de las estrofas que invitan a dibujar a un hombre que se sentó frente al mar, el mar que hizo suyo, pero que resulta de un ambiente calmo.
Cierto es que hizo de la isla su identidad pitiüsa; un pescador de versos que a veces lanza botellas con mensajes de mar al Pacífico....
Cierto que la temporalidad en nosotros es fija, que los oleajes serán mirados por otras temporalidades que se explayan en el futuro, pero seguro que la intemporalidad de su voz, la de este poeta ecuatoriano, seguirá combatiendo calmo en los oleajes del recuerdo que caminan con los hombres. Entonces, su Llaüt será abordado por otras voces.

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