La Asociación Zero´s Publisher de Eivissa tiene el agrado de anunciar la próxima publicación del poemario EL NÁUFRAGO Y LA ISLA, del poeta ecuatoriano Antonio Vidas, residente en Palma de Mallorca.
El verano de 2011 ha coincido con la aparición de esta obra, tal vez reivindicando el carácter particular de la poesía de remar en contracorriente, de localizarse en los márgenes de los aspectos vitales de las sociedades modernas, o bien, de abusar de su carácter de ebullición para saltar a cualquier escena, en cualquier escenario, tiempo y espacio. Así es: El náufrago y la isla aparecerá en verano.
En su contenido, el poeta ha permitido que sus versos convivan con las cuatro estaciones que se marcan en la isla en la que reside desde hace una década, en Palma de Mallorca, y sin por el momento adelantar más detalles de lo que será esta nueva aventura editorial, traeré a la memoria de nuestros seguidores, uno de los más emotivos párrafos escritos por alguien que llega de visita a Ibiza, como efectivamente lo hicieron el propio autor, acompañado de los hermanos Perdomo: George, Doris y Estrella y de Jose, en marzo de 2011.
ANTONIO VIDAS: “De allá no hemos vuelto; algo quedó entre sus márgenes”
“ ¿Acaso la leyenda de nuestro viaje iba a estrellarse frente a las costas de tan hermosa isla, la demencia de las brújulas indicarían otra época mil años antes de Cristo, o se encallaría en medio de las turbulencias?. ¡Remad, remad!,, dijo la mano empuñando la pluma a lo largo del papel como una aleta de ballena azul, como un cigala que hacia atrás lleva su futuro. ¡Remad, remad!, dijo el corazón abierto a la nueva aventura, y el misterio marino abrió sus portones, se descalabraron las marismas, las dunas verdinales recorrieron sorbos iguales de espuma.
El corazón acantilado desde los profundos arrecifes, levantó en alto su garfio hacia la luna nueva, se volvió vulnerable a nuestra voz el rompeolas del silencio. ¡Tierra a la vista, tierra a la vista!, gritó el corazón desde los témpanos y los peñones aullaron las palmeras y los sicomoros. ¡Era Ibiza!, ¡Ibiza!, ¡hermanos era Ibiza!. Desde el mar muerto de nuestras vidas emergía Ibiza; desde el Índico al pulgar y el índice de los pinos, ¡Oh marinos, sabios, pescadores, era Ibiza!...Y la tierra corrió a nuestro encuentro, la isla levantó sus faldas para hacer más ligeros sus muslos, las selvas rocosas planearon sobre nuestras cabezas como viejas fragatas y pelícanos; el sol fumó junto a una parra de diamantes su vieja pipa de volcanes, al sonar sobre la tierra el pie y la primera soledad del hombre. Era Ibiza, hermanos, era Ibiza.
Y nos quedamos a solas George, Estrella, Doris, José y yo, como una soledad de cinco dedos mutilados, como un puño, Dios y el mar se alejaron para dejarnos a solas, nos alejamos todos para dejar a solas la hermosura de Ibiza. Pero el sol dejó de fumar su pipa de siglos, colgó y tendió sus vacaciones a secar en la línea del horizonte. El viento rasgó su permanencia, se coló por el orificio del tiempo, las bahías temblaron un mugido de catedrales, de galerías, desde la garganta de las cuevas, desde todos los torrentes de la magia sacudió el espíritu de la isla.
Era Ibiza y detrás de sus piernas, asomó la soledad adoptiva de su hijo. Era Efraín, hermanos, ese duendecillo de ojos mestizos, ese "astronauta gruñón y melancólico "desde su llaüt alzaba desde todos los vacíos y las grutas de la isla su pequeña mano de gigante, y el temblor de su saludo sacudió nuestra emoción, despeñó las nubes, levantó la inquietud de las ensenadas. Era Efraín, un habitante legendario de las soledades que emigraron, y su abrazo se desbocó como río, nos corrió el cuerpo con un calor de bienvenida. Era Ibiza, hermanos: dos peldaños más arriba del sueño por debajo del mar y la frente, el fósil de una Atlántida perdida. Y sin presentirlo, cada uno se alejó de uno mismo, soñó a su modo; la lluvia intentó atarnos los pies, pero no pudo, salimos a las calles, contamos historias y describimos lugares que sólo la poesía conoce. Descubrimos catedrales, fortalezas, museos de ensueño: éramos una palabra caminante que de repente chocaba con el mar y el murmullo de los pájaros. ¡Oh!, pero entonces, nunca como hoy he sentido, pleamares de ensueño, mi corazón sintió los cañonazos de la isla; mi tristeza aprendió a tocar el saxo; desde la punta de la hierba, las olas cosidas a caballo se desbocaron, embalsamaron mi herida, la nuestra. Y desde la inmensidad de todos los vacíos mi dolor puso señuelo a la muerte para pescar tumbas, cada quién pescó versos y soñó a su modo. Ibiza, marzo 2011.